viernes, 21 de febrero de 2014

La marca española: unos tanto y otros tan poco

Hoy es uno de esos días en que mi cuerpo y mi mente dicen "Basta". ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué no le veo futuro a mi futuro? ¿Soy yo o es este país? Si estoy haciendo un curso de Social Media y todo. La mitad del coste se lo debo a mi querida progenitora,  y la otra mitad la pagué con la miseria que me reportó un trabajo precario de campaña de Navidad. 

Cuando tengo material, vendo cosas de segunda mano en un mercadillo helándome las posaderas cuando aún es de noche y hay que hacer cola para conseguir un cuadro pintado en el suelo donde poner mi "basura" reutilizable. ¡Hasta negocio con regateadores! No saben los cientos de empresas que sólo piden comerciales cansinos lo que se pierden con un animal dialéctico como yo.

Voy a seguir hablando de mí porque creo que hablo como representación de una gran masa. Una veinteañera más, con carrera universitaria, sin trabajo y sin un euro en la cuenta bancaria. De hecho, ahora que lo recuerdo, ni siquiera tengo una. ¿Por qué la cerré? Básicamente me cambiaron las condiciones de una clienta juvenil, feliz y despreocupada hasta los 31, a mujer que debía empezar a pagar intereses por valor de 30 euros a causa de una cuenta abierta que no recibía ingresos y que acumulaba unos 8 euros. Obviamente, pedí que me los dieran en cash. Genial, ¿eh?

Bueno, no fue del todo una experiencia traumática abandonar a mi pequeña amiga. Al menos me obsequiaron tras mi marcha con un pendrive de 8GB gracias a los puntos que acumulé cuando sí le dejaba calderilla al banco. También he de decir que tardaron en dármelo un mes y medio. Curioso que para cobrarme algo tengan una puntualidad que ni el más recto de los británicos.


Hablando de la precisión y la laxitud según qué casos se den, acabo de recordar, así vagamente porque la verdad que no nos importa mucho, ¿no?, una curiosidad de ese tipo que ronda por Facebook en forma de viñeta. Con sus fotografías y todo.

corrupcion preferentes bancos infanta

La Fiscalía considera normales los lapsus de memoria y la falta de conocimiento de una tal Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia (aka infanta de España) respecto a unos temillas irregulares que se cometieron en una sociedad de la que formaba parte junto a su consorte. Hasta ahí, uno puede decir "bueno, será que no comió suficiente rabillo de pasa, aunque la falta de conocimiento de una mujer que ha recibido más dinero para su educación que un colegio público entero...apesta, señoras y señores, hecha tufo". 

Pero lo que realmente ha inquietado de esa viñeta es que estuviese acompañada por la decisión de la Fiscalía, mismo órgano judicial que decidió lo anterior, de considerar a un gran número de ancianos analfabetos, personas totalmente capaces de firmar por unas preferentes. ¿Qué son las preferentes? A mí no me preguntes, no he sido capaz de mantener abierta una cuenta bancaria.

Con esta falta de conocimiento, como la de Cristina, me retiro silenciosamente de aquí y me llevo mis vergüenzas a lavarlas a otra parte. Espero dejarlas muy limpias yo también.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Teledirigidos al nacer

Somos animales visuales adictos a las tecnologías. Por regla general (y me gustaría aclarar que durante todo el texto, estaré generalizando), nos hemos acomodado al razonamiento, a las conclusiones o informaciones que se están construyendo de forma muy sintetizada y contaminada a través de múltiples fuentes, quizá desvirtuadas a conciencia o sin conocimiento. Muchos factores influyen en la desinformación y la ignorancia generalizada pero uno de ellos, el medio tradicional de consumo masivo por excelencia, concentra un gran poder sobre los ciudadanos: la televisión.

Tal y como comenta Giovanni Sartori en su Homo Videns: la sociedad teledirigida, el término televisión significa "ver desde lejos"; por lo que podemos otorgarle el valor de una mensajera que nos trae información desde otro lugar del planeta. Podría compararse con un amigo que te muestra fotografías de su último viaje y te relata la experiencia que ha vivido. Por el momento estaremos pensando que este medio es estupendo y muy enriquecedor, pero el contenido en nada se compara al continente. Cada vez más, la televisión nos muestra imágenes impactantes o sucesos de gran valor ilustrativo que desencadenan una reacción sentimentalista en las masas, lo que conlleva a un mayor interés ciudadano hacia este tipo de informaciones.

¿Pero qué ocurre con las cuestiones que son verdaderamente importantes para el desarrollo de un país e, incluso, del mundo? Según los últimos datos sobre opinión pública del barómetro del CIS (julio 2013), en España se otorga mayor importancia al problema del paro, la economía, la corrupción y el fraude y la clase política. Hasta hace menos de cuatro años la gestión del país quedaba por debajo de la seguridad ciudadana cuando en realidad es el Gobierno (teóricamente) el que se dedica a solventar problemas y generar el tan cuestionable progreso de un país; o al menos ese es su cometido.
Desde hace, quizá, un par de años la tendencia a dialogar y debatir cotidianamente todas aquellas medidas impopulares que saltan a la palestra de la actualidad ha creado escuela y numerosos hashtags. Asombrosamente, el antes citado avance del CIS sobre la opinión pública general, expone que un 39,2% habla con poca frecuencia sobre el funcionamiento de los servicios públicos, seguido de un 35,1% que lo hace bastante. Estas encuestas, a mi parecer, no reflejan una fiel verdad ya que se basan en una muestra que siempre arroja un margen de error. Tan sólo hay que asomarse al balcón de Twitter para hacerse una idea de cómo están los ánimos actualmente.

Siempre hemos tenido la creencia de que las cuestiones políticas no suelen interesan a una gran mayoría. Este tipo de información, en principio, no tiene carácter lúdico y es que la televisión nos ha acostumbrado a entretenernos por encima de “alimentarnos” de actualidad o enriquecernos de forma constructiva. Este interés de las cadenas por lo morboso y divertido viene determinado por el efecto desatado en las audiencias que, como ya sabemos, son la principal vía para la obtención de grandes ingresos por publicidad. Consumimos de media 246 minutos de televisión, según los últimos datos del EGM (Estudio General de Medios) y un noticiario, del que hablaremos a continuación, tiene una duración de unos 30 o 45 minutos. La pregunta es: ¿a qué dedicamos el resto del tiempo frente a la pantalla?


La televisión en España comenzó a emitir regularmente en los años 50.

Estaría bien resaltar, como dice Sartori, que los informativos están sintetizando al máximo el tratamiento de las cuestiones políticas o económicas, sobre todo internacionales. Puede que les dediquen 6 o 7 minutos a éstas; el resto del tiempo lo digerimos de forma complaciente con noticias de sucesos, banalidades, deportes y, por si no fuese poco, publicidad incluida en el mismo espacio informativo.
Nos hemos acostumbrado a informarnos, sobre todo, mediante imágenes y, aunque con un buen uso de éstas podamos hacerlo mejor, hemos olvidado que la prensa y los libros nos otorgan mayor tiempo para la reflexión y compresión de la lectura que estamos procesando. Con ellos interiorizamos y proyectamos, desde nuestros conocimientos, esos conceptos abstractos que no son posibles de explicar si no es con la palabra. Todo esto parece ser que se ha ido olvidando y sustituyendo por los medios audiovisuales, entre los que incluimos además de la televisión, la radio y el gigante Internet.

Los espacios virtuales nos distancian, si cabe aún más que la televisión, de nuestro entorno físico. El trato entre personas es cibernético y no “cara a cara”. La información, de tamaño y variedad desmesurados, baila en toda una malla virtual que le sirve de hogar infinito. El contenido es variado y sacia todas las necesidades de saber de cada individuo pero ¿cuánto de cierto hay en ese saber? Esta cuestión se nos escapa al igual que la gran cantidad de información asfixiante que nos ofrece: bienvenidos a la era de la infoxicación. Eso sí, cualquier persona conocedora de los riesgos y funcionalidades del sistema puede sacar gran provecho de Internet en cuanto a la inmediatez, la accesibilidad y la universalidad de la información. La red nos brinda la oportunidad de generar contenido y participar en debates, los cuales pueden ser potencialmente enriquecedores o, por el contrario, bastante tóxicos. Ni que decir de lo peligroso que puede ser cuando encontramos a personas malintencionadas o desprovistas de un conocimiento básico sobre Internet y sus reglas.

Si observamos a los individuos desde la niñez, momento desde el cual se proyectan como grandes consumidores potenciales de medios audiovisuales, podemos apreciar cómo han ido inclinándose hacia la incomprensión en muchas de sus lecturas. Esto se ha debido sobre todo al desuso de los libros y la incapacidad de asimilación de conceptos abstractos, es decir, todo aquello que no ven, es lo que no llegan a comprender en su totalidad. Los medios, padres y educadores incentivan en determinados casos esta situación en los jóvenes y su consecuencia, es la de unos niños desinteresados por las cuestiones importantes y sus resoluciones e interesados por el contacto cibernético, el entretenimiento y los videojuegos. Estas actitudes sólo provocan el aislamiento y el desconocimiento del resto del mundo, creando el propio individuo un universo individualista. 

Si también proyectamos la función de los medios hacia la política, podemos comprobar cómo influyen de manera bastante notoria en los países democráticos. Tal es la influencia que tienen en los asuntos de dicha índole, que el pueblo emite sus opiniones en función de lo que televisión o Internet inducen a opinar. Y esto es grave cuando los informativos o los debates emitidos no dan una información completa y contextualizada que plantee la situación de un país o del mundo entero. Peor aún cuando la actualidad se transforma bajo las directrices de una línea editorial. Los líderes políticos deben cuidar qué dicen o hacen de cara a los medios pues, en función de ello, formaran una opinión pública u otra. Vale más lo dicho que lo hecho.

De este modo la percepción general se forja gracias a los medios, puesto que la mayoría de la población los atiende como fuente única en el intento de informarse. En esta recolección de actualidad sobre política, tan importante que ni nos planteamos cuanto lo es, fallamos continuamente. La escasez o el tratamiento superficial de información política y económica en los noticiarios se traduce en un grave condicionamiento en épocas electorales y en decisiones futuras. Ya no se dedica el suficiente espacio y tiempo a cuestiones de vital importancia y la política comienza a verse como un show más de los que abundan en televisión. No nos detenemos a pensar que lo decidido en los comicios condicionará el rumbo de un país; nuestros votos, entonces, se basan en opiniones desinformadas. Básicamente, nos dejamos llevar por aquello que vemos. 

Un claro ejemplo lo tenemos en el primer debate político emitido en televisión en 1960: Kennedy transmitió más carisma y atractivo que Nixon, lo cual fue determinante en el momento de decantarse por un candidato u otro. Un ínfimo porcentaje de la población es experta en política, otro algo más mayor, tiene suficientes conocimientos y una mayoría aplastante desconoce una enorme cantidad de datos esenciales para comprender la política. El resultado es un gobierno elegido por fundamentos basados en la desinformación. Más tarde, comienzan los problemas y se van sucediendo múltiples reformas que, una vez más, causan conflicto entre la opinión generada por los medios en los ciudadanos y la mera realidad.


Imagen del museo dedicado a John F. Kennedy.

Cuando tratamos temas que afectan globalmente, nos llegamos a volcar en la causa sin ningún tipo de reparo, en una solidaridad provocada por la sensibilidad transmitida en imágenes que hacen referencia sobre atrocidades o que contienen gran carga sentimentalista, y nos olvidamos del por qué o en qué contexto ha ocurrido semejante tragedia. En el momento que las desgracias nos afectan en algún nivel de nuestras vidas de forma directa, nos transformamos en individuos independientes que cuidan sus propios intereses, y es que hemos aprendido que el sistema funciona así; no hay mejor ejemplo.

El poder que tiene la televisión en nuestra sociedad es desmesurado. Ésta llega a casi todo el mundo y tiene muchos seguidores que incluso no se “empapan” de actualidad en otro tipo de medios como la radio o la escritura.
Si la televisión se forjara en un modelo dedicado en mayor parte a educar y formar, sobre todo a los llamados video-niños, y a rectificar las conductas de los adultos, muchas cuestiones globales se verían transformadas como consecuencia. Pero la realidad es otra: este medio tan poderoso se dedica a hacer negocio y entretener a las masas y, al parecer, sin importar lo que puedan transmitir o la influencia que puedan llegar a tener en la sociedad y su rumbo.

No es que la televisión o Internet sean perjudiciales, todo lo contrario, nos muestran más allá de la posibilidades que teníamos antes de que surgieran, pero su mal uso se convierte en un arma de doble filo. Las posibilidades de que la situación mediática sea invertida son muy reducidas o complicadas pues nos hemos acostumbrado a ver lo que vemos, lo que nos quieren y necesitan mostrar para llenar las arcas. Nuestro reclamo es el entretenimiento; hemos aprendido a ver la televisión como un elemento lúdico y no formativo. Nos hemos conformado a consumir basura mediática.

El concepto de cultura ha cambiado; si antes eran la pintura o la escultura ahora es la música comercial o la moda de piel y hueso. Esto se percibe en los que vemos día a día delante de la pantalla. Información que un día más tarde ya ha quedado obsoleta; ya no vuelve a retomarse lo que fue actualidad ayer, sólo tenemos datos aislados, "pasados de moda".
El ordenador sí nos da total libertad para elegir el contenido que queremos ver y, además, en el momento que queramos. El modelo ilustrativo es diferente al de la televisión ya que fusiona texto con imágenes fijas, sonidos y vídeo; el llamado hipertexto que nos da la opción sobre qué elegir. Pero, una vez más, volvemos a lo mismo, la imagen toma poder sobre los demás elementos que quedan a un segundo plano y, al final, es lo que mantenemos por más tiempo en nuestra memoria, todo ello por su impacto visual y porque hemos aprendido a conceptualizar a través de la imagen. Las tecnologías creadas por el hombre lo han sobrepasado y el resultado es un individuo sometido a los aparatos electrónicos y audiovisuales. Ni qué decir tiene la comodidad que ellos aportan en una sociedad en constante movimiento.

Nos quedamos con lo que percibimos tal y como es, sin apenas reflexionar. Quizá una rectificación en el contenido de los medios y una reeducación en sus usos, podrían ayudarnos a mejorar nuestra cultura, nuestros conocimientos y nuestra tan importante percepción de la realidad. Debería aprovecharse el carácter interactivo que invita a la implicación del usuario gracias al entusiasmo e interés que despierta en él. La obra de Sartori puede parecer exagerada e incluso tremendista pero no se puede negar que sus palabras no alberguen una verdad imparable: los medios influyen colosalmente en la población y en la formación de la opinión pública. Si el contenido no se cuida hacia un carácter educacional, podríamos encontrarnos y, de hecho, ya lo estamos haciendo, con una sociedad aturdida y desinformada en la que recaen las propias consecuencias de sus actos y las de los medios.